Tokyo, 2010 10 septiembre L. Rabasco
En gran medida, el paisaje de la prefectura de Kanagawa en su vertiente más oriental, es una sucesión interminable de colinas de areniscas ganadas por el paulatino alzamiento de la bahía de Tokio. Los afloramientos de las aguas subterráneas a la superficie, que la diferencia litológica pone al descubierto, crea a su alrededor un puzzle de pequeñas colinas y valles antaño copados de vegetación y vida silvestre. El agua emanada erosionó las laderas que van conformando las cuencas de drenaje, por donde también el agua de lluvia busca su nivel de equilibrio en el mar.
La gran expansión urbanística acaecida desde el último tercio del siglo 20, es en la prefectura de Kanagawa y aledaños, un caso evidente de arbitrariedad y caos urbanístico. Ha confinado a la mayoría de sus afloramientos naturales. Los ha reconvertido en depósitos artificiales de reserva de agua y ha dejado sus laderas ocultas bajo los estrepitosos edificios en unos casos, o peor aún, las ha cementado toscamente en otros.